Instrucción y educación - por Ernesto Schiefelbein - carta - emol

La carta de don Diego Portales, comentada ayer (página A 3), destacaba la necesidad de tener gobernantes que “sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo”. En la columna se advierte que “no hemos terminado (esa) tarea histórica”, ya que el terremoto dejó en evidencia la fragilidad de “nuestras convicciones y virtudes republicanas”. Un siglo después de esa carta, tras un largo debate, el Parlamento aprobó en 1920 la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria. El nombre de esa ley reconocía que las escuelas ayudan a adquirir informaciones y competencias necesarias para participar en la sociedad, pero que la educación es un proceso de autorrealización de la persona provocada, ayudada y modelada por muchas otras personas. La instrucción ayuda a aprender, a hacer o a producir; la educación a ser, a actuar y a convivir. Se es objeto (pasivo) cuando la instrucción nos enseña respuestas, pero se es sujeto (que toma decisiones) cuando se busca la autorrealización. Comprendemos gracias al intelecto, pero decidimos gracias al amor y a esa verdad interior o conciencia que nos ilumina desde dentro. La instrucción implica aceptar y conservar; la educación lleva a criticar y a renovar. Se puede optimizar un currículo para instruir; nos educamos reflexionando sobre las experiencias de vida y los “modelos” de personas que admiramos. Se suele fusionar ambos procesos en la palabra educación y, asimismo, considerar que ambos usan métodos similares. Por eso predominan los intentos de “instruir” para formar personas en vez de modelar y reflexionar como lo intuía Portales. También consideramos que la escuela es buena cuando es alto su puntaje en alguna prueba. Los saqueos que siguieron al terremoto exigen reflexionar sobre los objetivos y procesos educativos generados tanto por las escuelas, como por la sociedad, autoridades, artistas, deportistas, empresarios, otros líderes y cada ciudadano. Dr. Ernesto Schiefelbein Universidad Autónoma de Chile