El profesor Carlos Peña, escribía recientemente - en el blog de Emol - que en educación no hay milagros y que si bien el trabajo del Consejo Asesor ha adelantado sus conclusiones a la Presidenta Michelle Bachelet, queda aún por ver qué hacer. La cita no es textual, pero entiendo que era el espíritu del texto.
Lo cierto es que, así como van las cosas, será necesario ese milagro. No es casualidad que en otros ámbitos del quehacer nacional sea justamente San Expedito el santo antídoto de la tramitología.
Bajo el título “Educación sin rumbo a pesar de las Comisiones” Hernán Precht analiza algunos temas y puntajes internacionales que en conjunto nos recuerdan la persistencia de lo malo y que casi todo lo nuevo está aún por llegar en educación pública.
Pero no sólo el Gobierno está en dificultades en esto. También parece estarlo la Concertación, por su falta de iniciativas y – si no fuese algo exagerado – pues hay quien dice que no existe –también parece estarlo la sociedad. Lo más grave sin embargo, es la sensación de que la burocracia ministerial se encuentra paralizada entre lo viejo (LOCE), que ya evidentemente está tan viejo como el señor que firmó el decreto justo el último día y lo nuevo, tan nuevo como los pre-escolares.
Porque para entender algo de esto se puede también intentar ver el dilema filosófico que encierra.
Ilustrado, por ejemplo, hace sólo unos días con la repetición de la noticia – en terreno - del colegio Normandie con sus problemas – aparentemente aún sin solución – y un funcionario que declaraba, casi al final de la entrevista, que era agotador hacerse cargo de los problemas de privados. Creí entender mal. Pero, después de todo, sabemos que el Estado moderno local ya no es un Estado como lo era antes, en los tiempos de Don Pedro y doña Gabriela, cuando gobernar era educar. Ahora es sólo ser inspector – supervisor- y se dedica más bien a la gestión de las subvenciones. Un rol evidentemente agotador y disociado de la actividad educacional misma. Porque para supervisar un sistema se requiere, como condición primera, que dicho sistema funcione, razonablemente. Y últimamente se requiere también algo de tecnología, alguna sofisticada forma de surveillance, como en salud. Y para introducir cambios, a partir del estado en que está la educación, es todavía más complicado. Es como operar a un enfermo complicado. Tiene sus riesgos. Pero esperar es peor.
Que los estudiantes secundarios se muestren intranquilos e impacientes, por los tiempos que toma resolver sus problemas y por reportes doctos, que pueden ser vistos por algunos como artefactos para ganar tiempo, es comprensible. No es que ellos sean poco serios o inmaduros como dice la autoridad, también jóven. El problema es que las soluciones aún no están proyectadas en el horizonte. Al presidente Lagos le tomó mucho esfuerzo y un par de años sacar adelante el programa AUGE. No sólo fue difícil obtener los presupuestos extras. Una de las principales barreras a dicha innovación fue en ese entonces el propio Ministerio de Salud y los funcionarios de todas los servicios y rangos. Muchos allí se oponían y marchaban en contra. Hasta los mismos socialistas. La burocracia ministerial no tiene tradición de ser pro-reformas. Y la tensa inercia actual en educación pública, en la que aún se visualiza mal los avances proyectados por la autoridad, no permiten ver para donde va la educación. En eso, el título del post de Hernan Precht es acertadícimo.
Lo cierto es que, así como van las cosas, será necesario ese milagro. No es casualidad que en otros ámbitos del quehacer nacional sea justamente San Expedito el santo antídoto de la tramitología.
Bajo el título “Educación sin rumbo a pesar de las Comisiones” Hernán Precht analiza algunos temas y puntajes internacionales que en conjunto nos recuerdan la persistencia de lo malo y que casi todo lo nuevo está aún por llegar en educación pública.
Pero no sólo el Gobierno está en dificultades en esto. También parece estarlo la Concertación, por su falta de iniciativas y – si no fuese algo exagerado – pues hay quien dice que no existe –también parece estarlo la sociedad. Lo más grave sin embargo, es la sensación de que la burocracia ministerial se encuentra paralizada entre lo viejo (LOCE), que ya evidentemente está tan viejo como el señor que firmó el decreto justo el último día y lo nuevo, tan nuevo como los pre-escolares.
Porque para entender algo de esto se puede también intentar ver el dilema filosófico que encierra.
Ilustrado, por ejemplo, hace sólo unos días con la repetición de la noticia – en terreno - del colegio Normandie con sus problemas – aparentemente aún sin solución – y un funcionario que declaraba, casi al final de la entrevista, que era agotador hacerse cargo de los problemas de privados. Creí entender mal. Pero, después de todo, sabemos que el Estado moderno local ya no es un Estado como lo era antes, en los tiempos de Don Pedro y doña Gabriela, cuando gobernar era educar. Ahora es sólo ser inspector – supervisor- y se dedica más bien a la gestión de las subvenciones. Un rol evidentemente agotador y disociado de la actividad educacional misma. Porque para supervisar un sistema se requiere, como condición primera, que dicho sistema funcione, razonablemente. Y últimamente se requiere también algo de tecnología, alguna sofisticada forma de surveillance, como en salud. Y para introducir cambios, a partir del estado en que está la educación, es todavía más complicado. Es como operar a un enfermo complicado. Tiene sus riesgos. Pero esperar es peor.
Que los estudiantes secundarios se muestren intranquilos e impacientes, por los tiempos que toma resolver sus problemas y por reportes doctos, que pueden ser vistos por algunos como artefactos para ganar tiempo, es comprensible. No es que ellos sean poco serios o inmaduros como dice la autoridad, también jóven. El problema es que las soluciones aún no están proyectadas en el horizonte. Al presidente Lagos le tomó mucho esfuerzo y un par de años sacar adelante el programa AUGE. No sólo fue difícil obtener los presupuestos extras. Una de las principales barreras a dicha innovación fue en ese entonces el propio Ministerio de Salud y los funcionarios de todas los servicios y rangos. Muchos allí se oponían y marchaban en contra. Hasta los mismos socialistas. La burocracia ministerial no tiene tradición de ser pro-reformas. Y la tensa inercia actual en educación pública, en la que aún se visualiza mal los avances proyectados por la autoridad, no permiten ver para donde va la educación. En eso, el título del post de Hernan Precht es acertadícimo.
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