Cooperativa, por Otto Boye, 14/10/2011.-
Frente a la presente crisis educacional que conmueve al país, el gobierno aparece sumido en una auténtica bancarrota política.
Ya no sabe qué hacer, salvo reprimir y ganar tiempo, apostando al desgaste de gran parte de la ciudadanía que acompaña y respalda a los estudiantes secundarios y universitarios, a sus familias y a los profesores y académicos que luchan por cambiar un sistema que ya no da para más.
El gobierno parece carecer de capacidad para solucionar el desafío que le ha reventado en la cara, o, lo que es bastante probable, le falta voluntad política para intentarlo.
La oposición también está desbordada, sin poder aprovechar la oportunidad para tomar la iniciativa y proponer una salida integral al problema. Esto explica en parte su poca popularidad en este momento.
Por su lado, las propuestas de los estudiantes secundarios y universitarios tampoco son del todo claras.
En el fondo, lucen como un listado de mejoras al sistema existente, sin tocar la substancia profunda del mismo que es la que está haciendo agua desde hace mucho tiempo.
Parecen a ratos no darse cuenta que han puesto en crisis el modelo completo de desarrollo y que están siendo protagonistas de un gran cambio histórico. Así, la crisis es nacional y no sólo educacional.
Ante este cuadro no exento de dramatismo, lo mejor es tratar de comenzar por hacer un diagnóstico grueso para ver si partiendo por la raíz encontramos alguna luz que ilumine el camino.
Aquí sólo enunciaré unas cuantas hipótesis de trabajo.
1.- El actual sistema educacional predominante (aunque siempre haya algunas excepciones), fue creado para satisfacer las necesidades de la sociedad industrial y se inspiró en su lógica de fabricación en serie de los productos, lo que creó en la práctica un mecanismo para uniformar y disciplinar a grandes masas de personas mediante una formación igualmente en serie y en masa. Su creación estrella fue la escuela, que imitó a la fábrica.
2.- El problema actual emergió cuando en muy breve tiempo cambiamos de era y pasamos de la era industrial a la era de la información y el conocimiento, en un marco de globalización hiperacelerada.
¿Resultado lógico? El sistema entero tambaleó por obsoleto y no apto para responder a los nuevos desafíos. Se reacciona hoy tratando de mejorar lo existente. Craso error.
Hay que crear desde la raíz algo nuevo, que responda a los requerimientos y desafíos que esta nueva etapa de la historia humana nos exige.
Luego, en este contexto mayor no se saca nada con intentar salvar el sistema actual por la vía de mejorarlo, cuando lo que corresponde hacer es cambiarlo por completo. Ni más ni menos. La sociedad chilena entera está llamada a darse un nuevo sistema educacional que esté a la altura de los tiempos que corren.
3.- Lo anterior obliga a un gigantesco esfuerzo de reflexión creativa, partiendo por hacer la pregunta básica referida al país que queremos construir en el futuro.
El tema es de primera actualidad, porque, como hemos visto, la crisis educacional hoy es parte de la crisis del modelo de desarrollo que se instaló en Chile a partir de 1973.
Fue el último intento de salvar el capitalismo, impuesto, como sabemos, por la fuerza de las armas y atroces violaciones a los derechos humanos.
¿Qué país debemos construir a partir de esta crisis?
La respuesta nos indicará el camino para preparar a los ciudadanos con capacidades y motivaciones que los lleven a alcanzar los objetivos que dicha respuesta defina.
Ella será diferente, por ejemplo, si elegimos un modelo solidario de sociedad a si escogemos uno basado en el individualismo.
En el primer caso, deberemos buscar un desarrollo integral (¡no puro crecimiento!) a través de una economía y una cultura de la solidaridad.
En la segunda posibilidad haremos más de lo mismo, solo que algo mejor, perfeccionando lo existente.
Como se podrá apreciar, con estos solos enunciados queda claro que el camino es largo y pedregoso y que requerirá un vasto debate en que todos los que quieran opinar puedan hacerlo y sean tomados en cuenta a la hora de lograr un consenso, que sería lo ideal, o a la hora de tener que votar, tal vez en un plebiscito, en torno a más de una propuesta, y decidir así, democráticamente, el camino a seguir.
La crisis educacional tiene entonces un contexto mucho mayor, que la incluye como parte de una crisis más global. Quizá esto explique la confusión reinante.
Es urgente un debate amplio e inclusivo, pues todos estamos afectados e involucrados.
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